A Kurt Tucholsky lo conocía de la universidad.
Tampoco es que hubiera intimado demasiado con él, pero no me caía mal. Me lo
encontraba con frecuencia durante los seminarios. Se hacía notar, levantaba la
voz, criticaba con dureza los acontecimientos que tuvieron lugar en Alemania
durante el primer tercio del siglo XX y, sobre todo, le ponía tal gracia e
ingenio a sus ocurrencias que resultaba imposible contener una sonrisa.
Cualquiera que fuera la polémica, siempre había una cita de Tucholsky que ponía
los puntos sobre las íes. Sobre la guerra: “Hay muchas formas de derrotar a un
adversario y la guerra no es la primera”. Sobre la familia: “Las tribus indias
viven o en pie de guerra o en son de paz. La familia vive ambas a la vez”.
Sobre los perros: “El perro de cada cual no mete ruido, solo ladra”.
El libro relata el viaje que en 1925 le condujo por
el norte del Pirineo, desde Biarritz hasta Perpiñán, y muestra tres caras bien
distintas de la sociedad que lo habita: la primera, un pueblo vasco aislado que
se mantiene, a duras penas, fiel a sus milenarias tradiciones; la segunda, la
ampulosa exhibición que la Iglesia católica muestra en Lourdes a raíz de las
apariciones milagrosas; y la tercera, todo el inmenso espectáculo que supone el
macizo central y el turismo montañero y balneario que allí se congrega.
El Tucholsky que leemos aquí no es ni el mordaz ni
el folletinesco, el que, con su humor descarnado e hiriente, con su acento
sarcástico, ataca sin reservas a las élites del estado y a los poderes
jerárquicos. Nuestro Tucholsky ejerce un cierto control para no ofender al
lector de este libro. No estaba atravesando una buena época y el libro lo
concibe como una especie de búsqueda interior: “Viaje hacia sí mismo”, lo llega
a titular en uno de los capítulos finales. Su lenguaje es más pausado, más
observador, manteniendo un tono más complaciente, un humor más sutil y
respetuoso, como bien se aprecia en las descripciones que hace del pueblo
vasco. Su mirada muestra el respeto que uno siente por una abuela que, pese a
su edad, pese a sus achaques, se sigue valiendo por sí misma. No percibe la
agonía de un pueblo, pero sí su vitalidad y, quizá, su anacronismo.
Durante años rondó por mi cabeza la posibilidad de
traducir este libro para darlo a conocer al público en castellano. Sabía que me
iba a resultar tremendamente difícil transmitir a las editoriales mi entusiasmo
por el libro y el autor, tan plenamente desconocido por estos lares. Después de
mucho reflexionarlo me lancé a la aventura, lo traduje y lo envié.
La editorial Txalaparta se mostró, desde el primer
momento, tan entusiasmada como yo con la obra. A partir de ahí no había más que
dejar que el proyecto rodara para que nos deparara varias sorpresas.
La primera de ellas fue que, leyendo una biografía suya, me enteré de que la primera edición fue impresa en 1927 bajo el pseudónimo de Peter Panter y que contenía 33 fotos hechas por el propio escritor, gran aficionado a la fotografía. Desde entonces ninguna otra edición había sido publicada con fotos. Por medio de internet pude localizar un ejemplar en un anticuario de libros de Holanda. En dos semanas dispuse en mi casa de aquella edición por el módico precio de cien euros. Una vez ojeado el libro, tuvimos claro que debíamos ser fieles al espíritu de Tucholsky y publicar la edición con aquellas fotos.
Otra sorpresa la deparó una casualidad. Kai, el
amigo que me acogió en Hamburgo al comienzo de mi estancia de siete años,
trabaja, mano a mano, en la mesa de operaciones de un hospital, con el hermano
del director del museo Tucholsky en Rheinsberg, cerca de Berlín. En cuanto pude
me puse en contacto con Peter Böthig. Él me supo aclarar, mejor que nadie,
todas las dudas que me habían surgido sobre algunos pasajes. El relato se
remontaba a una época demasiado lejana como para que yo pudiera seguirle la
pista. Me ayudó a encontrar más fotos y se mostró, en todo momento, dispuesto a
colaborar en lo que pudiera con nuestro proyecto.
Por último, nos ha parecido necesario presentar a
un autor alemán que se encuentra entre los más sobresalientes del periodo de
entreguerras. Vivió la época imperial, la Gran Guerra y la República de Weimar,
con todos los trágicos episodios que allí se presentaron. Su obra ocupa siete
volúmenes de textos y poemas y el reconocimiento le viene dado no solo por la
crítica especializada, sino también por el público. De sus libros se han
vendido en Alemania más de seis millones de ejemplares.
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